
Otra vez la historia se repite: termina una obra minera y estalla un conflicto.
Más de 150 trabajadores de Tolar Grande, afiliados a UOCRA, quedaron sin liquidación, sin obra social y sin respuestas.
Eran parte de las contratistas FCS Energía Solar y Los Arcángeles, vinculadas al proyecto de Ganfeng Lithium en el Salar del Llullailaco.
Hoy se movilizan, reclaman y exponen —sin querer— la grieta más profunda del modelo minero argentino: la ausencia total de comunicación cuando más se necesita.
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No es un problema de la minería. Es un problema de cómo se comunica.
En la minería, la etapa de construcción es por definición temporal.
Cuando una obra termina, la demanda laboral cae. Eso es lógico y esperable.
Lo que no es lógico es que nadie lo explique.
Ni las contratistas a su gente, ni el gremio a sus afiliados, ni la minera a la sociedad.
El resultado: los trabajadores se sienten estafados, los medios amplifican, las empresas se defienden tarde y el gremio aparece solo cuando el conflicto ya es noticia.
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Tres actores, una misma falla estructural
Las empresas mineras
Prefieren el silencio. Se amparan en que los trabajadores “no son empleados directos”. Legalmente cierto, pero comunicacionalmente inútil.
A ojos de la gente, el nombre en el casco y en el portón de entrada es el que responde.
El silencio institucional no protege, expone.
Las contratistas
Suelen carecer de políticas de comunicación o de recursos humanos reales. No informan, no acompañan, no planifican el cierre.
Cuando la obra termina, desaparecen.
Y dejan a cientos de personas sin guía, sin respaldo y sin un comunicado claro que diga algo tan simple como: “Tu contrato finaliza tal día y te corresponde cobrar esto”.
El gremio (UOCRA)
El actor más poderoso en territorio y, a la vez, el más opaco en comunicación.
En lugar de educar e informar a sus afiliados sobre los derechos en la etapa final de obra, maneja el conflicto como herramienta de presión.
La necesidad de trabajo se convierte en moneda política.
Y mientras tanto, los obreros —los mismos que levantaron los proyectos— quedan sin voz.
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El costo de no comunicar
La minería puede tener el mejor discurso de sustentabilidad y desarrollo local, pero si no explica sus procesos con transparencia, nadie la va a creer.
Los conflictos laborales son inevitables; lo que no puede ser inevitable es la improvisación comunicacional.
En 2025, seguir enfrentando bloqueos o protestas por “falta de información” no es un problema sindical: es un fracaso de gestión corporativa.
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Caso Ganfeng: un espejo incómodo
El caso de Ganfeng no debería leerse como una crisis puntual, sino como un espejo del sistema.
Las empresas principales se blindan detrás de la tercerización, los gremios administran el conflicto, y las contratistas desaparecen.
Mientras tanto, la sociedad observa una sola cosa: obreros sin cobrar frente a una minera multimillonaria.
Y ese contraste, mal comunicado, destruye en horas la legitimidad que tardó años en construirse.
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Minería, comunicación y madurez institucional
Si la minería argentina quiere consolidarse como industria moderna, debe asumir algo básico:
comunicar también es producir.
Informar con claridad, anticipar escenarios, cuidar el relato institucional y asumir responsabilidades comunicacionales ya no es opcional.
Mientras las empresas sigan delegando el tema “a prensa” y los gremios sigan manejando la información como poder, los conflictos van a seguir estallando por causas perfectamente previsibles.
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En resumen
No se trata de estar a favor o en contra de la minería.
Se trata de hacerla madura, profesional y coherente con su discurso.
El litio puede cambiar la matriz productiva del norte argentino, pero solo si también cambia su forma de comunicar.
Porque en minería, como en la vida, el silencio no protege: sepulta.




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